martes, 31 de diciembre de 2013

Año nuevo, cerrando ciclos, evitando la pérdida de identidad.



El año pasado me dediqué a hacer una entrada de por qué el 2012 fue un año bueno, este año me propondré algo.

Al parecer el 2013 -en muchos aspectos- fue uno de los mejores años en mi vida. Año tras año mi esperanza de vida se iba reduciendo, estudiando una carrera donde te enseñan el Mundo al desnudo, con sus bellezas y al mismo tiempo toda la desgracia que se dedica a comer a bocanadas tierras entre guerras y terremetos, océanos llenos de basura química, niños muriendo de hambre, mujeres de femenicidios y jóvenes de desesperanza, y yo, yo sin ninguna función a nivel social, yo sin armas para combatir el mundo que se desmorona por el placer de pocos me hundía en la indeferencia de mi abuela que cree que el empleo y el salario que reciba después de graduarme es lo que me va a definir, en la indeferencia de mi madre que cree que los zapatos y el vestido que use dice todo lo que soy yo, en la indeferencia de mis hermanos que hablan de una sociedad común pero estudian para obtener un empleo con el cual puedan ganar lo suficiente para poder adquirir todos aquellos teléfonos celulares con tecnología avanzada y alto contenido en coltán. No tenía propósito para estudiar, todos los deseos de generar cambios con los que crecí se esfumaron. El mundo en me interesaba por morbo. Y un día llegó África a cambiárlo todo. Ese continente lleno de pobres y negros, que la gente lo ve o con lástima o con desagrado, ese continente rico en materia prima, cultura y guerras. Ese continente lleno de religiones, música, étnias, filósofos, escritores, cine, tradiciones tan diversas, tan diferentes a lo occidental, tan unido y separado al mismo tiempo listo para que yo me enamorar de él o de ella o de eso. De ese conjunto ancestral que busca renovarse, que quiere que su gente esté bien, que ha sido violado miles de veces y está dispuesto a levantarse. Y yo encontré algo que aprender, querer y compartir. Y valió la pena esperar 20 años de mi vida.

Mi segundo agradecimiento de este año fueron dos viajes que realicé: uno al interior de la república y otro al sur del continente. El sur de México, el alma y el corazón del país. Donde no todos son colores, piedras que algún día fueron edificios de civilizaciones antiguas, e indígenas tejiendo como muestra exótica Sino ese lugar donde se dice que se respira la lucha, la lucha alterna que demuestra que las cosas se pueden hacer diferente, la preservación de lagos, selvas y también la destrucción de éstas. Y después Perú y después Chile.

¿Qué podía encontrar en Perú, aparte de Machu Picchu? Tal vez nada pero lo encontré todo. Me topé con Lima, una ciudad pequeña sin transporte subterráneo pero con la vista al océano Pacífico más tranquila que he visto. Desde la ventana del taxi que me llevaba al departamento donde me hospedaría observé como las olas se levantaban con una elegancia que jamás había visto. Estaba asombrada, estaba hipnotizada, me estaba enamorando. A punto de conocer otra ciudad colonial tan diferente a las de México, de vivir como local unos cuantos días, de conocer gente que se quedó en una pequeña parte de mí. En cambio, Cuzco y Machu Picchu fueron otra historia donde todo el tiempo, el frío y el dinero invertido valieron la pena desde el momento en que pisé el pie en tierras incas. Yo y mi soledad, yo y los locales que conocí, yo y el guatemalteco que me recordaba a México, yo y la italiana más agradable del mundo y yo y Carlos que fue mi compañero hasta el momento en que llegué a Chile. No, no. Esta vez no era yo y ellos, era yo y la montaña. Yo y los centenares o miles de años de la tierra que hacía contacto con la suela de mi zapato, la brisa que ponía mi nariz fría, la profundidad que por primera vez no me invitaba a caer.

En Chile esperaba algo diferente, alguien que, como África, llegó para quedarse. Estaba una parte de mi futuro con la cual tenía que firmar un tratado de no-agresión, de cooperación y de libre mercado. Un giro inesperado del 2012 que se convirtió en un amor un tanto incierto pero emocionante del 2013. Él y Chile -que van en conjunto- como el frío invernal del sur en junio. Y aunque la relación se vea bombardeada por angustias innecesarias, también se ve repleta de un amor al principio cauteloso pero siempre recíproco. De el apoyo incondicional, de los cimientos en la amistad previa. Una relación que valió la pena batallar un rato para poder encontrar el balance entre lo que se debe o no sentir. Encontré a un buen acompañante, a un buen equipo, a un buen amigo. Encontré a mi Zuno.

Un simple giro. Un continente habitado por 1,033 millones de personas que no saben de mi existencia. Un amor estable. Cada vez que se termina un año la gente habla de ciclos nuevos, de todo lo que aprendió los 365 días pasados. Yo hoy también quiero hablar de eso, quiero cerrar ciclos, quiero compartir que cada vez me interesa menos el tamaño de mis muslos y de mis brazos, que amo mis ojeras y que también amo lo que soy. Que tengo ansias otra vez por entender el mundo y esta vez no por morbo, sino porque hay miles de cosas que hacer, miles de lugares que conocer. Que no soy un ente inferior por sentir más, que tampoco soy un ente inferior porque siempre uso los mismos tenis y no quiero ser millonaria y tener un auto de lujo. Que soy irresponsable, lo soy y tengo que trabajar en eso. Que prefiero dibujar que prestar atención en temas financieros, no lo puedo evitar. Hoy quiero decir que me gustan los cambios, que yo aprendí muchísimo también como ustedes y que poco a poco dejaré de ser ese pequeño pájaro peleando con su reflejo en la ventana. Y dar gracias por las personas que se quedan, que se queden más tiempo, y dejar a las personas que se fueron, entender que no deben volver. Amar a todos, confiar en pocos y hacerle el mal a nadie diría mi amigo Shakespeare.


La última vez que fui participe de los susodichos Propositos de Año Nuevo, tenía máximo siete años de edad y lo único que se me ocurrió que sería primordial cambiar en mi vida fue el aseo diario y sacar mejores calificaciones. Catorce años después cumplo el aseo diario, y mejor no hablemos de las calificaciones. He pensado en propósitos cumplibles y necesarios. Compromisos conmigo. Con mi vida académica, mi salud y mi estabilidad.

  1. Terminar (al menos 3/4) de mi tesis. Suena pesado, pero si no lo hago ahora, tardaré muchos semestres en salir y ni el CUCSH, ni mi padre, ni yo queremos eso. 
  2. No dejar de bailar. Hace dos años que entré a trabajar al lugar más feo del mundo "Hispanic Teleperformance" comencé a dejar el baile por falta de tiempo y ganas. Esta vez quiero regresar y ser más constante.
  3. No permitir que pequeñeces intervengan con mi estabilidad emocional, al ser muy propensa a cualquier comentario, crítica, broma o agresión, sé que debo quitarle el poder a eso que no merece tenerlo.
  4. Seguir viajando. Viajar de repente se convierte en un vicio muy caro, pero ningún vicio es barato. Ahorrar, viajar. No quiero pedir más. 
  5. Por último, esofrzarme más en mi vida académica. Tanto como en como mejorar mi promedio para que facilite mi acceso a la maestría que quiero, como en los proyectos de investigación que soy asistente.
Sobreviviendo un año más.